Traducción en Gerona

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Hemos de decir Girona en catalán y Gerona, en castellano. Igual que hemos de escribir y decir Zaragoza o Nueva York en castellano y Saragossa y Nova York en catalán. Da igual el nombre oficial, da igual la ideología del autor, da igual el contexto. El asunto no admite debate lingüístico: se usa la grafía y fonéticas propias del idioma. Sin embargo, como esta contundencia sorprenderá, vamos a explicar las cosas con detenimiento. (Que sorprenda tiene su significación política.)

Cada lengua dispone de topónimos para los lugares situados en su ámbito, más aquellos enclaves exteriores que son referencia, con los que ha habido comercio, relaciones... Esos topónimos siempre se adaptan a la grafía y fonéticas propias. Siempre. En castellano, tenemos topónimos propios para muchos de lugares que no son territorio español: llamamos Amberes a la segunda ciudad belga, Múnich a la capital de Baviera, Florencia a la de Toscana o Londres a la capital británica. El castellano tiene palabras para estos lugares, por razones históricas, lo cual explica la abundancia de términos propios para Flandes. A medida que hablamos de lugares más pequeños, alejados o desvinculados de nuestra historia, nos quedamos sin vocablos. ¿Cómo se dice Stuttgart en castellano? Exactamente igual que en alemán, con la pronunciación nada fácil de tanta consonante acumulada. En cambio, en italiano dicen Stoccarda, porque tienen su vocablo adaptado a la grafía y a la fonética del idioma. ¿Cómo decimos Västerås? Pues como podamos, porque no tenemos topónimo propio y no entendemos –ni falta que hace– cómo afectan al sonido de las vocales esas especies de acentos del sueco.

Con el catalán ocurre lo mismo. En todo su ámbito hay topónimos que utilizan su lengua. Girona, por supuesto, es perfectamente pronunciable por un catalanoparlante. Y coincide con su nombre oficial. También en catalán, hay denominaciones adaptadas para incontables topónimos situados fuera de su ámbito. Es el caso de Vizcaya, que se escribe Biscaia, o León (Lleó) o, también, Osca, Conca o Terol.

¿Qué significa esto? Que cuando uno habla o escribe en catalán, debería escribir y pronunciar todos los topónimos en el idioma propio. Debería decir Lleida, por supuesto, pero debe decir también Mèxic o Cadis, porque el catalán dispone de esos vocablos. Igualmente, cuando uno escribe o habla en castellano, no ha de respetar el nombre oficial de la localidad, por más que sea catalán, gallego o polaco. Decimos Londres, conscientes de que el nombre oficial es London o Breslavia, sabedores de que el nombre oficial es Wrocław, con esa ele cruzada del polaco (que se pronuncia aproximadamente como una u). Ergo, debemos usar Gerona y no Girona, entre otras cosas porque la segunda en castellano no se pronunciaría nunca como en catalán sino como en girar.

Esto es obvio. Si absurdo y estúpido fue alguna vez forzar a que en catalán se emplearan vocablos del castellano para la toponimia, si fue ridículo aplicar denominaciones oficiales ajenas al idioma que hablan los habitantes de un lugar, igual de absurdo es la pretensión de imponer a otras lenguas una grafía y una fonética ajenas.

El asunto es políticamente delicado para los medios de comunicación en castellano de Baleares. Por tradición, por cultura, por hábito, a mí me resulta absolutamente difícil pronunciar e incluso escribir Lluchmayor o La Puebla, por mucho que esa sea la forma correcta de denominar en castellano a estos municipios. Por lo tanto, yo acepto la anomalía de que en textos escritos en castellano, se empleen topónimos de otro idioma. El contexto social hace que esta situación sea muy normal.

Este periódico tiene su libro de estilo que establece cómo se escriben los topónimos en sus páginas. Es una decisión política, adoptada por la empresa, de acuerdo con lo que desea sea su posicionamiento. Hay incontables razones, no sólo lingüísticas, para adoptar una decisión u otra. Lo cual no convierte en correcto o incorrecto lo que se descarta; simplemente es una opción, con sus motivos.

Y, finalmente, hay algo más importante aún: la libertad de hablar como se quiera. Diga lo que diga la Academia, digan lo que digan los expertos, cada uno tiene derecho a hablar como le de la real gana, aunque aquello esté plagado de incorrecciones. Si socialmente está bien visto que se cometan errores, estos dejan de serlo para convertirse en la nueva normalidad. Ha ocurrido siempre y no dejará de pasar ahora. Probablemente, esto sea lo más conflictivo, porque hay demasiada gente que no quiere respetar la libertad, ni siquiera la de estar equivocado.


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